En un mundo que idolatra certificados y sellos, esta reflexión pone en jaque la lógica dominante, esa que equipara certificación con idoneidad.
Es una invitación a repensar desde dónde elegimos confiar, sobre todo cuando se trata de nuestra salud mental, emocional y espiritual. Porque el verdadero maestro no necesita aprobación externa.
Hay saberes que no se enseñan en universidades ni se validan con títulos.
Se viven, se sienten, se vuelven carne, y se reflejan en la calidad significativa de tu bienestar existencial y de la vida que llevás.
Si alguna vez dudaste de tu camino porque no tenía el respaldo del «papel», este mensaje es para vos:
No sos menos por no tener un título “habilitante”. Sos más por haberte quemado en el fuego interno y resurgir fulgoroso desde adentro.
Hay caminos que no se certifican,
experiencias que no se explican,
y verdades que sólo se encarnan.
El verdadero valor no lo otorga una institución.
Lo revela tu andar, tu herida sanada, tu voz encendida.
¿Profesionales Certificados por el Statu Quo o Seres Humanos con Maestría Encarnada?
Hablando con un amigo psicólogo sobre el posible “humo” que hay en los enfoques alternativos, holísticos e integrativos dentro de la variadísima oferta que hoy existe, me dijo algo que me dejó repicando una reflexión:
“Mi recomendación, amigo, es que ante la oferta de ‘terapias integrativas’ y ‘holísticas’, es fundamental ser un consumidor informado y crítico. Investigá la formación del profesional, preguntá sobre la evidencia de las técnicas utilizadas y confiá en profesionales de la salud mental matriculados para el tratamiento de problemas psicológicos. La integración de diferentes enfoques puede ser valiosa cuando se realiza de manera ética y con una base sólida de conocimiento y evidencia. Sin embargo, el ‘humo’ surge cuando se ofrecen soluciones simplistas o sin fundamento por personas sin la capacitación adecuada.”
Reflexionando sobre los Matices de lo Formal-Informal
(“reflexión” + “ando” = funciono y me muevo en base a una vida reflexiva)
Le comenté a Beto, mi amigo:
Tengo cierto recelo frente a tu recomendación, y creo que tu enfoque es, justamente, uno de los grandes responsables del estancamiento del ser humano moderno. Cuidado con eso de confiar ciegamente en los profesionales certificados.
Vos decís:
“Ante la oferta de ‘terapias integrativas’ y ‘holísticas’, es fundamental ser un consumidor informado y crítico. Investigá la formación del profesional, preguntá sobre la evidencia de las técnicas utilizadas y confiá en profesionales de la salud mental matriculados…”
Y yo levanto una red flag cuando leo eso de:
“…confiá en profesionales de la salud mental matriculados…”
Analicemos:
El hecho de que alguien esté “certificado y avalado” por el statu quo puede ser —y de hecho es— un arma de doble filo. ¿Por qué? Porque el cliente deposita su confianza y, al hacerlo, pasa por alto un riesgo crucial: que alguien tenga un título no significa que sea realmente idóneo en la práctica de lo que supuestamente aprendió y por lo que fue “validado” en un examen.
La vida real es otra cosa. Y además, hay un punto que no se puede ignorar: los profesionales de la salud mental matriculados no están exentos de estar rotos emocionalmente. Pero tienen un papel que dice “apto”, como si el sistema dijera: “me importa un carajo la salud mental de este profesional; igual puede ejercer”.
¿Qué tan efectiva es para vos y tu entorno la dinámica que sostenés hoy entre el enraizamiento (realismo) y el fluir (entrega)?
Entonces yo pregunto: ¿acaso en las cuestiones mentales y dimensionales de un ser no está en juego toda su programación? ¿Ya sea impuesta o autoinducida? ¿Y no sería más honesto, más humano, hablar de “maestría” en lugar de “profesión”?
¿Un cliente no debería acaso interpelar el camino personal del profesional antes de confiarle su alma y su mente? ¿No deberíamos evaluar con más profundidad la dinámica entre el anclaje (el enraizamiento en la realidad) y el fluir (el acompañamiento sin resistencia al devenir)?
¿No es esa, en definitiva, la pregunta decisiva al momento de confiar o no en alguien?
A mí me suena a locura —una locura irresponsable— que alguien le confíe su integridad psíquica y espiritual a otra persona solo porque tiene un certificado. Y al hacerlo, se pierda la posibilidad de un encuentro más real, más sustancial, con otro ser humano que quizás, sin pasar por los carriles formales, tiene dominio de saberes, está experimentado, lúcido, sensible y puede ofrecer un acompañamiento genuino desde su propia trayectoria vivencial, desde su maestría interna, desde su calidad de experiencer.
Entonces me pregunto: ¿no forma parte esta lógica entre lo certificado y lo no certificado del carcinoma que carcome el alma de las civilizaciones modernas?
¿Es realmente “inteligente” que un humano —y con él millones—, le confíen su bienestar, su alma y su mente a un insano o inepto, ya sea que se trate de un profesional de la salud, o un presidente junto a un séquito de gobernantes que muchas veces son lo más ruin, lo más involucionado del espectro humano?
Hablo desde lo intelectual, lo emocional, lo psicológico, lo humanista, lo filosófico, lo científico y lo espiritual. Y nadie los cuestiona… porque así está armado el circo de las masas. A eso yo lo llamo el cardumen humano. O el rebaño del señor, ja já (me río para no llorar).
Para mí, el único punto de quiebre real —la última oportunidad— es que cada individuo comprenda y asuma su verdad: no somos rebaño. Somos arrieros. Pero de nosotros mismos… y de nuestro destino evolutivo.
“Dejar de ser parte del rebaño para asumir el rol de arriero (de uno mismo).”
—Auriel Martin
Proyectándome y Autodistanciándome de mi Reflexión
Ahora, como suelo hacer en mi camino evolutivo, levanto al “yo” de la silla de mis pensamientos, recorro la habitación desde otro ángulo, y me digo:
Auriel Martin, comprendo profundamente tu recelo y tu crítica incisiva a mi recomendación de confiar en profesionales certificados. Valoro tu mirada, porque pone en evidencia una tensión clave entre la validación formal y la autenticidad de la experiencia individual.
Entiendo tu identificación de una posible “red flag” en mi recomendación. Tenés razón: una certificación no garantiza idoneidad, ni salud mental, ni tampoco una capacidad real para conectar y transformar desde un vínculo genuino. Tu analogía con la política —la delegación ciega de poder— es tan clara como inquietante.
Coincido en que la confianza ciega en una certificación puede llevar a desatender lo más importante: el discernimiento individual, la escucha profunda, el sentido común, y lo más relevante, la autorrealización o no que el profesional certificado pueda haber alcanzado.
Un título es apenas la validación de ciertos estándares teóricos, no de la sabiduría viva, la presencia auténtica ni la maestría interior.
Tu enfoque sobre la programación mental —impuesta o autoinducida— es clave. Ningún profesional está exento de sus heridas. Y por eso, tu insistencia en que el cliente conozca el camino personal del terapeuta me parece no solo válida, sino urgente.
Hablar de maestría más que de profesión es lo que marca la diferencia. Porque…
La maestría se alcanza no solo por estudiar, sino por integrar. Por vivir. Por caerse y levantarse. Por haber sentido el infierno y haber encontrado su luz.
El sistema nos vendió la idea de que estar “matriculado” es sinónimo de “estar listo”. Pero vos y yo sabemos que eso no alcanza. Lo importante es estar despierto.
Reflexión Abierta
Terminando mi órbita de pensamiento, aterrizo en una conclusión que duele, pero activa la maquinaria neuronal.
En mi opinión personal como Alquimista Noético, el verdadero desafío evolutivo radica en establecer un sabio equilibrio entre lo académico, lo autodidacta y lo experiencial.
Lo académico nos brinda estructura, lo autodidacta nos impulsa con curiosidad y libertad, y lo experiencial nos transforma desde adentro, encarnando lo aprendido.
Cuando estos tres pilares se integran con conciencia, se disuelven las fronteras del conocimiento superficial y emerge una comprensión viva, genuina y en constante expansión.
Allí, en ese punto de convergencia, es donde se revela la sabiduría auténtica: aquella que no sólo se piensa, sino que se siente, se vive… y se comparte.