Sigo mi norte. Sin pedir permiso. Sin esperar aplausos. Sin necesitar espejos. Que el resto… se lo lleve el viento o lo abrace quien pueda vibrar en esa frecuencia.
A veces desaparezco, pero no por no aparecer…
Es que mis alas se repliegan en un proceso interno que me eleva a una vibración más expansiva.
Mis amigos me reclaman: —¡Hey, te borraste!
Y yo les respondo:
«Borrar y volver a empezar es la única forma que conozco para metabolizar mis etapas de cambio, esas que me llevan a transitar un nuevo umbral de claridad y consciencia.»
No es aislarme,
es reconectar con mi esencia.
En estos momentos, mi único refugio es el silencio
y el simple acto de caminar por la playa.
Allí, en la calma del mar y el susurro del viento,
la fragua de mi alma trabaja a velocidad cuántica.
Y cuando este proceso culmina,
un nuevo diamante emerge:
luminoso,
libre de rastros de carbón,
más fuerte y más auténtico.